En plena era digital, la desinformación no solo persiste, sino que se ha convertido en una amenaza de proporciones inéditas. Con el auge de la inteligencia artificial y la omnipresencia de las redes sociales, el fenómeno ha alcanzado una velocidad y un alcance que preocupan profundamente a divulgadores científicos, periodistas y expertos en comunicación.
“Siempre existió la desinformación, pero hoy circula por verdaderas autopistas digitales, sin frenos ni filtros, a una velocidad descomunal”, advirtió el periodista y especialista en el tema Marc Amorós durante un encuentro organizado por Pfizer en Madrid, centrado en el vínculo entre ciencia, salud y manipulación informativa.
La cita, que reunió a referentes del mundo de la divulgación y la comunicación científica, sirvió para trazar un diagnóstico certero: el contexto actual ha potenciado las noticias falsas como nunca antes, generando confusión, desconfianza y consecuencias reales en la salud pública y la vida democrática.
Una era dorada para la mentira digital
Según datos de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (Fecyt), un 20% de la población admite haber recibido contenido falso sobre ciencia o salud, especialmente a través de redes sociales. En ese entorno, el impacto emocional parece primar por sobre la verdad.
“La desinformación actual no busca convencer, sino sembrar la duda y erosionar la confianza”, afirmó Amorós. “Su meta no es que creamos en lo falso, sino que dejemos de creer en lo verdadero”.
Para ilustrar la gravedad del problema, el periodista enumeró ejemplos de titulares virales falsos: desde afirmar que “los tumores son huevos de parásitos que se curan con ivermectina”, hasta promocionar el uso de “ozono por vías no convencionales” como cura milagrosa para enfermedades graves. Todos, casos que circularon masivamente en redes y que fueron desmentidos por la comunidad médica.
Esta erosión de la verdad se refleja también en los índices de credibilidad: apenas un 31% de los españoles confía hoy en los medios de comunicación, según una encuesta de Ipsos.
Desinformación, una herramienta histórica
El problema, sin embargo, no nació con Facebook ni con TikTok. “La manipulación del relato ha sido una constante a lo largo de la historia”, recordó el divulgador David Botello, conductor del programa El punto sobre la Historia. Desde las crónicas glorificadas de Ramsés II sobre su presunta victoria en Qadesh, pasando por la propaganda monárquica en tiempos de Fernando VII, hasta las caricaturas difamatorias contra Darwin, la instrumentalización de la información ha sido siempre una herramienta de poder.
“La ciencia tampoco estuvo a salvo de esta distorsión. Hoy, los algoritmos refuerzan lo que históricamente ya existía: el uso político y emocional de los relatos para condicionar el pensamiento colectivo”, añadió Botello.
Desconfianza, ataques y abandono
Más allá del efecto en el público, la desinformación también ha tenido consecuencias directas sobre quienes intentan combatirla. Un informe reciente reveló que más de la mitad (51%) de los divulgadores científicos en España sufrieron agresiones en redes sociales por intentar desmentir contenidos falsos. De ellos, un 16% abandonó su tarea, al menos de forma temporal.
“Intentar transmitir ciencia confiable en este entorno hostil no es solo un desafío técnico. Es emocional, institucional y, a veces, personal”, expresó Laura Chaparro, periodista científica y coordinadora del Science Media Center España (Fecyt).
Para Chaparro, uno de los ejes centrales para frenar la propagación de bulos no pasa únicamente por desmentirlos, sino por recuperar el vínculo entre la ciudadanía y las instituciones. “La confianza en las fuentes oficiales es un escudo contra la desinformación. Cuanto más confía la gente, menos cree en afirmaciones falsas y menos las comparte”, aseguró, citando un estudio publicado por Nature.
Una respuesta estructural
La directora de Comunicación de Pfizer España, Maite Hernández, remarcó que el combate contra los contenidos engañosos debe ir de la mano con una divulgación rigurosa, accesible y comprensible. “La ciencia debe ser una aliada cercana, no un lenguaje inaccesible. De lo contrario, deja espacio para que otros ocupen ese lugar con mensajes distorsionados o peligrosos”, sostuvo.
En este contexto, expertos coinciden en que no basta con combatir la desinformación de forma reactiva. Es necesario reforzar la alfabetización mediática, exigir transparencia en los algoritmos que seleccionan lo que vemos en redes sociales y construir una cultura basada en el pensamiento crítico y la evidencia.
“La desinformación ya no es solo un problema de periodistas o científicos. Es un desafío colectivo que atraviesa todos los sectores de la sociedad”, concluyó Amorós.